Problematica de Colombia
El problema de Colombia
Hace ocho años dirijo Razón Pública, la revista digital “para saber en serio lo que pasa en Colombia”.
Cada semana les pedimos a los mejores expertos en el tema que analicen las noticias principales con mayor profundidad de la que cabe lograr en un periódico. Un esfuerzo editorial de sencillez, agilidad y síntesis nos permite tener una amplia audiencia.
En la revista han escrito centenares de analistas sobre cuantos sucesos o procesos políticos, económicos, sociales y culturales han ocupado a la prensa en estos años. Todas estas personas tienen estudios de posgrado y trayectoria en su campo, pertenecen a la gama entera de las ideologías y, por supuesto, escriben sin censura. Nosotros no pedimos sino tres cosas: competencia, independencia y rigor.
Pues bien: la inmensa mayoría de los ya miles de artículos critican las decisiones oficiales. Hablen de los impuestos, del fútbol, de las altas cortes, de la sequía, de la seguridad ciudadana o del sector salud, los mejores cerebros de Colombia descubren y señalan las falacias, inconsistencias y goles al interés público que las autoridades o dirigentes respectivos nos empacan con cada decisión.
La explicación más sencilla sería que nuestros dirigentes son brutos o ignorantes. Pero no: son muy inteligentes (por eso han ascendido), y con frecuencia son muy calificados. ¿Por qué, entonces, la cadena invariable de medidas dañinas o remedios hechizos que en realidad no ayudan a mejorar la vida del común de la gente?
Creo que buena parte del fenómeno es simplemente inevitable: la mayoría de las decisiones públicas afectan dos o más valores que se excluyen mutuamente, y el que decide tiene que sacrificar alguno. Por ejemplo, hay tensión entre productividad y medioambiente, entre justicia y paz, o entre equidad y eficiencia.
Pero a esta razón —que vale en todas partes— hay que añadirle otra “para entender de veras a Colombia”: detrás de las decisiones oficiales no hay ignorancia ni apenas hay dilemas de valor; hay intereses privados y concretos. No intereses legítimos, como decir el de los campesinos o el de los empresarios. No —peor— intereses transparentes, que se puedan defender a plena luz: son intereses personales y torcidos que se mueven detrás de bambalinas.
Algunos son intereses criminales: los de los narcos, señores de la guerra y mafias de políticos que controlan tantos pedazos del país y del Estado. Otros son intereses de la gente “muy bien”: los de Sarmiento Angulo, el Sindicato Antioqueño o las grandes mineras que inspiran cada decreto y cada licitación —pues para eso financian la elección del presidente y para eso controlan los medios de comunicación—. Y lo que resta son intereses de regiones o de grupos específicos que se atienden con criterios clientelistas, porque esos votos le sirven al político del caso.
Mire usted las noticias del momento: los ministros “a título personal”, las peleas de Fedegán, la terna para fiscal, Caño Cristales, la doble instancia para aforados, la riqueza de las Farc… intereses concretos y mezquinos disfrazados de conveniencias públicas.
Así que no le dé más vueltas: el problema de Colombia es la piñata de la A a la Z y repartida a oscuras.
* Director de la revista digital Razón Pública.
Bibliografia:
http://www.elespectador.com/opinion/opinion/el-problema-de-colombia-columna-629820
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